LA COLECCIÓN SANDRETTO RE REBAUDENGO EN EL MATADERO

Llevo una semana con una gripe espantosa. Fiebre, dolor de garganta, ataques de tos en medio de la noche… No he sido capaz de leer ni de escribir nada en varios días, hasta que me he topado hoy con una noticia que ha surtido en mí el efecto de una inyección de energía. ¿Qué inyección? ¡Un supositorio gigante que ha estremecido mis carnes! Matadero Madrid va a acoger de manera permanente la colección de arte de una millonaria italiana (http://cultura.elpais.com/cultura/2016/02/28/actualidad/1456687591_174041.html). Gallardón debe estar disfrutando del mejor orgasmo de su vida en estos momentos, porque no ha sido su sucesora, Ana Botella, sino el bando contrario, Manuela Carmena, quien ha encontrado la manera de dar sentido (neoliberal) al modelo de ciudad e instituciones (neoliberales) que él soñó. Matadero nació como un cascarón vacío. Recuerdo muy bien la inauguración, con renders 3D, catering para varios miles de personas y batucada multicultural. Pero en realidad no había nada, sólo humo. Gallardón era un gran vendedor de aire.

Luego, nadie ha sabido qué hacer con ese monstruo de 85.000 metros cuadrados (edificados), que aún requiere inversiones millonarias. Era una dotación que respondía a un proyecto urbano que se frustró con la crisis: un gran Madrid, quizás con 10 ó 12 millones de habitantes, que escalase de la categoría beta a la alfa dentro de la red de ciudades globales. Hay mucho dinero implicado en ese simple cambio de categoría. Hoy en día los países no importan mucho, son las ciudades globales las que dominan el mundo. Y Madrid estuvo cerca, con sus multinacionales (casi todas empresas públicas privatizadas por Aznar), algunos organismos internacionales, pocos, IFEMA, buenos museos, una gastronomía en alza… Pero faltaba base fiscal y de consumo. Aquí faltaba gente, porque en una ciudad de menos de tres millones de habitantes, y otros tantos en su área metropolitana, no se generan los recursos necesarios.

Matadero se insertaba en esta lógica de la ciudad alfa. Gallardón, que en los ocho años que estuvo al frente de la Comunidad de Madrid (1995-2003) no realizó inversiones significativas en dotaciones culturales, dio un giro radical a su estrategia al llegar al Ayuntamiento. A lo largo de dos mandatos (fue elegido tres veces, pero en 2011 renunció para ser ministro de Justicia) inauguró 155.000 metros cuadrados, dentro de los cuales están  incluidos Matadero, CentroCentro, Circo Price, la rehabilitación completa del Conde Duque y Medialab.

Esto no se cuestionó en ningún programa de las pasadas elecciones locales. En Ahora Madrid (ver entrevista con Guillermo Zapata http://antimuseo.blogspot.com.es/2015/04/entrevista-ahora-madrid.html), ni siquiera habían pensado en el tema. No habían previsto que iban a recibir una ciudad con un exceso de recintos culturales, la mayoría sin recursos para funcionar y sobre todo sin un proyecto museológico. Es decir, tenemos las dotaciones, pero no sabemos para qué sirven. Quizás pensaban que todo se convertiría en Patio Maravillas. Matadero además no es una institución cultural, como entenderíamos normalmente un museo. Es una propiedad de Madrid Destino a la que se pueden dar distintos usos. Algo muy postmoderno y flexible.

A mí nunca me ha gustado, no es un secreto, empezando por el nombre, porque creo que llamar Matadero a una institución de este tipo determina lecturas específicas sobre la cultura, en las que el choque semántico entre la amenaza implícita de la palabra Matadero, por un lado, y la esperanza inscrita en la noción de cultura, por el otro, se resuelve por medio del humor: es un sitio para hacer el payaso. Aquí no vengas a hablar de la muerte, porque este lugar se llama Matadero.

La cuestión es que con la colección de Patrizia Sandretto Re Rebaudengo, Matadero se consolida como el espacio de arte contemporáneo de la ciudad de Madrid, del Ayuntamiento, pero al mismo tiempo se da un paso más en la destrucción de cualquier relato coherente sobre lo contemporáneo en nuestra ciudad, así como en la erosión de una cultura crítica local, que se suplanta por una cultura mainstream que aunque quizás hable de cosas muy interesantes, es posible que calle las que más nos podrían importar a nosotros, los madrileños.


Lo voy a explicar de otra manera: en Madrid no hay MACBA. Ni el Ayuntamiento ni la Comunidad han sido capaces de generar una institución, un museo y centro de arte, que desarrolle ese relato al que antes aludía: el de nuestro arte contemporáneo. Ni mucho menos de coordinarse para algo así, claro. No se ha creado un espacio teórico e historiográfico que articule un debate serio sobre el arte madrileño, sino que se han ido superponiendo ejercicios de modernidad en estado puro, capa sobre capa, hasta convertirnos en la ciudad artísticamente más imbécil del planeta.

Hay dos fenómenos que han facilitado este vacío intelectual: ARCO y la falacia de que Madrid es lo mismo que España. Cuando escribí la serie de artículos semanales del año pasado, el último iba a ser “Reformar o Cerrar, ante el colapso de las instituciones culturales madrileñas”. No llegué a terminarlo, pero en mis notas reflexionaba sobre ambos fenómenos:

    1.    La feria ARCO, un proyecto de Estado impulsado por el gobierno de Felipe González en 1982, ha funcionado como un sucedáneo del tejido institucional que Madrid necesita. Su titular es IFEMA, es decir, es propiedad del Ayuntamiento y la CAM conjuntamente, y para los políticos madrileños ha sido la solución para disponer, sin coste ni esfuerzo intelectual, de un proyecto cultural y modernizador que ellos no habrían sabido hacer. Pero ARCO no es un museo, no es una institución cultural, es una feria, y su funcionamiento institucionalizado (bienalizado en la jerga al uso) es una anomalía. Ahora tenemos toda una semana del arte, con seis o siete ferias, que produce una excitación compulsiva parecida a la de las rebajas. Ése es un rasgo que identifica el consumismo más exacerbado. Imagino que debemos considerarlo un éxito.

    2.    Se ha identificado el arte madrileño con el arte español, y se ha sobrentendido que el Reina Sofía cumple ya la función de un Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Pero Madrid no es España, y su arte y la historia de su arte no se identifican con el arte y la historia del arte del Estado Español considerado en su conjunto, ni de las demás comunidades autónomas por separado. Durante las décadas de los 80 y los 90 los artistas de Madrid no tuvimos instituciones públicas dedicadas al arte madrileño. A partir del 2000, como ya he indicado, hubo una especie de big bang institucional, pero sigue sin existir un centro que tenga como principal cometido crear un relato histórico del arte de Madrid. Como consecuencia de ello no se ha formado una colección que explique la recepción de la modernidad (modernism) en Madrid y sus relecturas en los años 30, 40, 50, 60, 70, 80… Es muy difícil encontrar algo sobre las relaciones de arte y política en la Transición, hay una pérdida ya irreparable de archivos, no se fomenta la creación, etc.

Ésta es una situación insólita en nuestro entorno, la Unión Europea. Y no sé qué es lo que  me llama más la atención: si la prepotencia palurda de nuestros dirigentes o la sumisión idiotizada de la comunidad artística a una situación de la que sólo pueden resultar daños.

Aquí se hacen cosas sin sentido, una detrás de otra. Se gastan millones de euros en “políticas culturales” que no producen sentido para la sociedad. Sino todo lo contrario, nos privan del sentido, nos frustran el potencial de conocimiento que hay en el arte y en la cultura.


Entiendo que la decisión de colocar en Matadero la colección de esta señora, que por lo demás está divina de la muerte con sus collares, es una cacicada de la alcaldesa, que habrá pensado, como antes otros, que con esto sí que nos ponemos modernos, pero modernos-modernos. Manuela, como Paco Martínez Soria en "El turismo es una gran invento", acaba de dar con el artilugio que nos estaba haciendo falta.

La principessa estará feliz, porque ha comprado arte de manera compulsiva durante dos décadas largas, más de 2000 piezas de todas las estrellas y estrellitas de los 90 en adelante, y puede que con la crisis tenga algunos problemas para pagar los costes, nada accesibles, del mantenimiento de su colección. No sufra, principessa, que se los pagamos los madrileños.

Pero lo que pagamos los madrileños, sobre todo, es esa falta de sentido, el vaciamiento de nuestra historia, de las identidades. Las capas de modernidad trasnochada que han querido aplicar como un barniz sobre el paletismo casposo de este pueblote.


La decisión de Manuela Carmena marca un antes y un después. En primer lugar porque contradice todo el discurso sobre cultura que se ha generado en la llamada nueva izquierda. Poner nuestros recursos a disposición de una aristócrata italiana es justo lo contrario al cacareado procomún. Las estrategias de cesión de locales a los (ex)okupas, los huertos urbanos, toda la panoplia de la “otra cultura”, no es éste el sitio para discutirla, se convierten en productos de un catálogo cultural donde también cabe la aristócrata italiana. Es decir, formas de ocio, atractivos turísticos que se complementan. Rutas que los guiris harán en autobuses panorámicos. Al final en Madrid todo es bar, y Gramsci me parece un buen nombre para un antro.

No es de extrañar que en la nota de El País citen a Luis Cueto, presidente de Ifema y coordinador del Ayuntamiento, y no a Celia Mayer, Concejal de Cultura, o a Santiago Eraso, Director de Contenidos de Madrid Destino y responsable directo de Matadero. Imagino que se acostumbrarán a vivir en la contradicción, pero a la larga las contradicciones explotan. Hace menos de un mes hablaba del colapso del discurso cultural del Ayuntamiento y resulta que en realidad nunca lo hubo, que seguimos en lo de siempre.

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