QUE INVENTEN ELLOS

Sigo con mucho interés la polémica sobre el proyecto de las naves del Matadero. Creo que es algo que nos afecta a todos los madrileños, porque ha reaparecido esa fibra de nuestra cultura que “no es de ayer ni de mañana, sino de nunca. La fruta vana de aquella España que pasó y no ha sido”. (Cito al poeta para halagar el oído de la caverna, que posiblemente escucha pero no entiende). Y también porque Matadero fue el gran experimento cultural de Gallardón, el campo de pruebas para un modelo de ciudad neoliberal donde la cultura debía aplicarse como un instrumento de gubernamentabilidad. Todo el debate sobre el museo, el “Nuevo Institucionalismo”, las perspectivas críticas desarrolladas por autores como Tony Bennet, Nina Möntmann, Douglas Crimp y un larguísimo etcétera, llegaban a Madrid en 2007 transformados en lo contrario de lo que se pretendía conseguir: el centro de arte como simulacro de un espacio público, un contenedor sin alma, una institución que en vez de generar espacio para la cultura, se limita a representarla ante el público, la participación como auto-gobierno. Incluso el nombre, ya lo he indicado en otro lugar, tiene un efecto corrosivo sobre el pensamiento crítico, porque la amenaza que encierra y la brutalidad que expresa (matadero: ríos de sangre, cuerpos desollados, vísceras desparramadas, olor a muerte), sólo pueden enfrentarse con una sonrisita tonta en la cara: “Matadero, qué gracioso”.

Obviamente el debate no está aquí, que es donde debería, sino donde todos sabemos. En un lugar extraño, fuera del camino, en el páramo, en mitad de la nada como esos personajes del cuadro de Goya que matan a garrotazos enterrados hasta la cintura.

La reacción de algunos sectores de la cultura ante una propuesta innovadora no es inédita en Madrid. Esta ciudad es tremendamente reacia al cambio. En mi ámbito, que son las artes visuales, los artistas han tenido que enfrentarse generación tras generación a los mismos funcionarios que rechazan por instinto todo lo que huela a novedad; críticos y académicos que reaccionan con violencia contra lo que les sorprende, contra lo que no entienden; empresarios que temen perder sus magros negocios si se cambia una sola línea del consabido guión. Ramón de la Serna ya escribía en 1925: “Lo viejo se ha podido quedar, pero no se debe hacer nada nuevo con hipo viejo. Contra eso es contra lo que reaccionamos.”

En el Madrid de Ramón de la Serna se predicaba una “modernidad sin estridencias”, en alusión a las vanguardias que estallaban, una tras otra como salvas de artillería, a lo largo de toda Europa. Y ciertamente, aquí no hubo vanguardias, aunque el discurso oficial siga proclamando que somos el país de Picasso, adalides de la modernidad y protagonistas del arte del siglo XX. Pero Picasso era francés. El español se habría llamado Pablo Ruiz y nunca habría “inventado” el cubismo, porque este movimiento sólo podía originarse en una sociedad abierta, curiosa, audaz ante los cambios, sedienta de conocimiento. Picasso y Braque recogen y catalizan esa energía que hunde sus raíces en la Revolución Francesa. En España Pablo Ruiz se habría vuelto loco. El crítico Moreno Villa escribía hace también casi un siglo: “Cada número de L’Art d’aujourd’hui o de Cahiers d’Art era recibido como una palabra de promesa, como una mirada sonriente. En ellos no había nada de lobreguez, ni de cansinas viejas aldeanas, ni de vestidos que transcendían un vaho caliente. La imaginación entraba en juego por primera vez en la historia del arte.” Da miedo que resulte tan actual.

Yo he leído el proyecto de Mateo Feijóo (http://blog.mataderomadrid.org/wp-content/uploads/2017/03/PROYECTO_MATADERO_MATEO_FEIJOO.pdf) y no le encuentro la arista polémica. No me interesa especialmente, porque no me interesa la cultura que se produce en las instituciones, pero creo que es un gran avance para una ciudad que lleva 25 años sufriendo gobiernos municipales y autonómicos del Partido Popular, que han hecho todo lo posible para acabar con cualquier impulso creativo y cualquier destello de inteligencia crítica en la cultura madrileña.

Su detractores hablan de la “muerte del teatro”, como si algún género artístico hubiese sobrevivido al cataclismo de la Modernidad. Pero creo que la cuestión es la de siempre: temen que el público, si prueba cosas nuevas, le pierda el gusto a lo antiguo. Poco seguros deben estar de lo que hacen. En las artes visuales hemos vivido y volveremos a vivir situaciones parecidas: mientras Santiago Sierra excavaba el suelo del Ojo Atómico, allá por 1993, conocidos críticos pontificaban desde sus tribunas en el ABC y El País que la instalación no era arte, y que España debía salvaguardar los valores tradicionales de la pintura. También recuerdo, por aquellas fechas, la tormenta crítica contra la exposición Cocido Crudo, curada por el norteamericano Dan Cameron en el Reina Sofía. Fue una de las exposiciones más importantes y más influyentes que ha habido nunca en Madrid, pero no recibió una sola reseña positiva. Incluso una crítica muy conocida, de las más conocidas por aquí, terminaba su artículo diciendo: “Lo que pasa es que en esta exposición hay muchas ideas, pero muy poco arte”.

Ahora el panorama artístico de Madrid es desolador y se lo debemos a los mismos que están intentando abortar una experiencia que, al margen de su eventual éxito o fracaso, es necesaria para sacudirnos la caspa que hemos acumulado desde que José María Álvarez del Manzano llegó a la alcaldía en 1991. Yo estoy colaborando con artistas que no habían nacido todavía.

Pero lo bueno de esta historia es que se va convirtiendo en sainete a toda velocidad. El primer aviso fue cuando los medios más conservadores se erigieron en paladines de la memoria de Max Aub, republicano y exiliado. Se me ocurren varias bromas de mal gusto, pero me las voy a callar. Luego vemos que intelectuales de izquierdas de toda la vida se movilizan contra la innovación, contra la experimentación. “Qué inventen ellos”, habrán pensado. En España no necesitamos cosas raras, ya les llegarán a nuestros hijos convenientemente refritas dentro de 30 años. ¿En un país donde la izquierda está en contra de las innovaciones, qué hace la derecha? Nada, se sienta a esperar. (Solución de este acertijo: Rajoy).

Pero la guinda ha llegado con el sorpresivo apoyo de Ciudadanos al teatro sin estridencias (http://www.lavanguardia.com/local/madrid/20170314/42874569139/cs-presentara-un-plan-en-defensa-del-teatro-tras-reunirse-con-el-sector.html) Los intelectuales de izquierdas se alían con la derecha para frenar el primer impulso de renovación cultural que se ve en nuestras instituciones desde… desde nunca. Si la cosa sigue por estos rumbos, no dudo que lleguen distribuir camisetas-protesta con el famoso slogan: “Que inventen ellos”. O la no menos famosa copla de Manolo Escobar: “¿De qué te sirve ser tan inteligente, si luego no te entiende la gente?”. Y antes de que nos demos cuenta veremos a Begoña Villacís y Pilar Bardem del brazo manifestándose contra la modernidad. Lo que ya nos está faltando es una de aquellas intervenciones estelares de Esperanza Aguirre, que podría unirse a la comitiva e invocar la memoria no de Max Aub, sino de la más grande actriz, guionista y productora teatral que ha tenido Madrid: Lina Morgan.

Es todo tan absurdo que sólo me lo puedo tomar a risa, pero también soy consciente de la gravedad de una situación como esta: cualquier intento de desarrollar un modelo de gestión innovador en arte va a toparse con la misma oposición, que degenera, como estamos comprobando, en una mezcla de intereses corporativos y oportunismo político. Y no es casual que ni AVAM, ni MAV ni el IAC ni los llamados Agentes Artísticos Independientes de Madrid hayan querido apoyar un sistema de apoyo a la creación, cuyo principal eje son las becas para artistas. Las cosas en Madrid están atadas y bien atadas, y lo último que importa es la cultura.

La historia pasa como un tren vertiginoso por delante de nuestras puertas y los madrileños corremos el riesgo de quedarnos una vez más sin nuestro billete hacia el futuro.

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