Retrato de una época

En la inauguración de la retrospectiva de Rogelio López Cuenca y Elo Vega en el Reina participé en una conversación que me iluminó sobre el problema de la invisibilización de las mujeres artistas. Formábamos el corrillo Rogelio, Marisa González y yo:

    Marisa: “Qué cantidad de obra tienes. ¿Dónde la guardas?”
    Rogelio: “En ningún sitio, no es mía. Está toda en colecciones.”
    Marisa: “¿De verdad?”
    Yo: “Bueno Marisa, la tuya estará en las mismas colecciones, son casi todas instituciones públicas.”
    Marisa: “Yo tengo toda mi obra en mi estudio.”

Sin entrar en valoraciones sobre la obra de ambos, son dos personas a las que quiero como amigas y a quienes admiro por su trabajo, pese a que no siempre entre en mi área de interés, que es ciertamente pequeña. Pero dada la edad, la trayectoria y la transcendencia histórica de Marisa y del dúo Rogelio/Elo, y la invisiblización de esta última en la exposición del Reina, lo que he constatado es que el machismo es una realidad no sólo muy triste, sino profundamente arraigada en el mundo del arte, precisamente donde deberíamos estar abriendo el camino para una sociedad más igualitaria.

Esta introducción viene a cuento de la exposición de Marisa en la galería Freijo que incluye, casi en primicia, de los Retratos Lumena. La pieza —creo que debe verse como una sola obra— está compuesta por quince secuencias modulares de siete imágenes cada una. O al menos esto es lo que se presenta en la galería.

Los retratos fueron realizados a principios de los años 90 con un equipo que se exhibe también en la sala: el sistema de foto-vídeo-computer Lumena, inventado por John Dunn. Fue donado por Sonia Sheridan, una artista norteamericana (Newark, NJ. 1925), cuya obra es pionera en el uso de las nuevas tecnologías. Sheridan fundó en 1970 Generative Systems, un programa para el Instituto de Arte de Chicago que tenía como objetivo investigar la aplicación de recursos tecnológicos para las artes visuales. Dunn fue alumno de GS en 1975-77, también Marisa en 1971-73, y Lumena fue la primera aplicación diseñada para un uso creativo de las tecnologías que se estaban desarrollando para las artes gráficas: xerografía, impresión térmica de Fax, Haloid cámara de Xerox, junto con dispositivos como la cámara Polaroid, monitor de vídeo, generador de frecuencia, etc.

Sheridan expuso por primera vez en España en 1986, en la exposición colectiva “Procesos: cultura y nuevas tecnologías” en el entonces Centro de Arte Reina Sofía, en el curso de la cual impartió un taller con el mencionado equipo. Fue así como el sistema Lumena llegó a manos de Marisa González, que en los años siguientes realizó una serie de retratos de los artistas, críticos y amigos del mundo del arte que visitaban su estudio: Pedro Garhel, Carlos Jiménez, Darío Corbeira, Claudia Giannetti, Menene Gras, Norberto Dotor, Alicia Murría o la misma Sonia Sheridan, entre otros muchos que colaboraron con Marisa en este prolongado experimento.


Los retratos Lumena tiene el atractivo de esos trabajos sin pretensiones pero que salen redondos. Una obra que la artista, esto es una suposición mía, hizo como parte de una investigación mucho más amplia, no con el objetivo de legarnos una pieza mayor, pero que acaba teniendo la importancia y significado de éstas. Los retratos constituyen por una parte un documento de valor incalculable de los inicios de las nuevas tecnologías en el arte español, y por otra son una instantánea de nuestro mundo del arte en aquellos momentos, parcial, reducida, pero de una frescura y una inmediatez maravillosos. La pieza tiene una dimensión más, que es importante poner de relieve: son imágenes desarrolladas a partir de un proceso de carácter social; de los “afectos”, como dicen los cursis en neolengua; de la interacción personal y el diálogo.  La deriva de la desmaterialización hacia lo social, que se reifica a partir de la Estética Relacional de Bourriaud, aparece también aquí, en una época en la que en Madrid poco o nada sabíamos de las corrientes más profundas del arte contemporáneo.


Lo único que no me gusta es que yo no aparezco entre los retratados, porque en aquella época, aunque conocía a Marisa, no tenía amistad con ella como para visitar su estudio.

Retrato de Pedro Garhel
Pienso que esta pieza debería estar, íntegra, en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, pero comprendo que es difícil dada la inexistencia de tal institución. Dividirla o enterrarla de nuevo en el estudio de la artista sería un desastre. Ya he advertido en otras ocasiones del perjuicio que supone para todos nosotros que en Madrid no haya una institución dedicada al arte que se ha producido y produce en esta ciudad, y comunidad, a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. La ausencia de un marco institucional, en el sentido más amplio, y por consiguiente de narrativas que den coherencia y sentido a la producción artística, diversa y contradictoria por naturaleza, conectándola con la sociedad y la historia, tienen un efecto corrosivo sobre el tejido creativo, en primer lugar, y sobre la memoria colectiva en segundo. Nuestro sistema del arte está tan colapsado que no producimos ni subjetividad ni patrimonio, con todo lo que pueda haber entre dos conceptos tan distantes.

La ideologización del Reina Sofía, que es además superficial e instrumentalizada, y la inviabilidad del CA2M, en la periferia y sin presupuesto para cumplir esta función (y seguramente también sin voluntad de hacerlo), son el remate perfecto para el sinsentido que ha convertido a Madrid en la capital con menos proyección artística de Europa. Porque la proyección no la dan ARCO, ni el Reina, ni los saraos artístico-sociales, sino la potencia de la creación artística que el sistema posibilita y sostiene. Y en este caso lo que vivimos es la impotencia de una creación que el sistema se niega a defender. También hay que reconocer que los distintos agentes de este sistema están más preocupados por la supervivencia que por cambiar las cosas. Nadie quiere arriesgar su cuota de fracaso en una improbable revolución.

Imágenes cortesía de Freijo Gallery

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