Cada año, en ARCO, la prensa elige una obra que por chistosa, extravagante o provocadora se convierte en la imagen de la feria. Es un ritual que se repite desde hace décadas y que sin duda los organizadores esta cita anual, así como su propietaria, IFEMA, ven con buenos ojos. La razón es sencilla: ARCO es una feria que recibe público de masas, al contrario la mayoría de las que se organizan en el mundo, que están enfocadas casi en exclusiva a la venta y al público profesional. La nuestra, en cambio, presume cada año de alcanzar más de 100.000 visitantes. De estos, quizás una tercera parte somos profesionales y entramos gratis, pero los 66.000 restantes son ciudadanos de a pie que van a “ver arte” y pagan religiosamente su entrada: 40 euros. La cuenta es fácil, IFEMA factura alrededor de dos millones y medio en entradas, que se suman a lo obtenido por el alquiler de los booths.
El escándalo es el señuelo que la feria lanza para atraer este público poco entendido, pero curioso, y sin duda está cuidadosamente orquestado. De puertas para dentro, en la operación normal de la feria, que consiste en la compraventa de arte y en hacer contactos, influye poco o nada. Para el público profesional puede resultar un motivo de regocijo, porque sabemos el truco, pero creo que la mayoría vamos a lo que nos interesa: visitar las pocas galerías que trabajan con los artistas que nos gustan y ver tal o cual pieza. Sólo algunos, heroicos, intentan hacer una revisión completa de los más de mil creadores que reúne cada edición.
ARCO funciona además como el lugar común del arte español, el espacio público, de todos, donde se expresa el permanente malestar de nuestra comunidad creadora, se organizan protestas y se llevan a cabo intervenciones más o menos subversivas. Es ahí donde aparece la oportunidad para el escándalo. Pero éste es un fenómeno curioso. Antes de ARCO y del Reina, los artistas, cuando había grandes conflictos con el poder, ocupaban el Museo del Prado. Ahora se manifiestan en ARCO, que no deja de ser una feria dedicada a los negocios privados, por mucho que la titularidad sea pública, pero nadie se ha atrevido nunca a intentar una ocupación del MNCARS, que debería ser nuestro hogar común, ese espacio común de todos los artistas.
A mí, personalmente, nunca me ha escandalizado ninguna de estas piezas insignia de ARCO. Me han podido gustar más o menos, pero escandalizarme, para nada. El arte contemporáneo, cuando se inserta en los circuitos institucionales del museo y la galería, es cualquier cosa menos escandaloso. Quizás haya piezas que dan qué pensar, pero no puede haber conflicto en espacios regulados y vigilados como estos, porque las convenciones sobre la relación sujeto/objeto, sobre la naturaleza del espacio de exposición y sobre el hecho expositivo mismo, cancelan tal posibilidad. Esas piezas populares de ARCO son montajes para selfies y tienen menos alcance del que pueda tener la plaga del autorretrato turístico, que al fin y al cabo es una expresión artística de nuestro tiempo.
Tampoco creo que las manifestaciones y protestas en ARCO sean una estrategia acertada. Los cambios que queremos impulsar deben concretarse en políticas culturales y en leyes, y no son las empresas privadas quienes las hacen, sino las administraciones públicas. Pienso que las protestas deben llevarse al museo, porque pertenece al ámbito de lo público y, por lo mismo, podemos exigirle que sirva de interlocutor y altavoz para las reivindicaciones de la comunidad artística. Pero claro, a ver quién se acerca a Manuel Borja-Villel para pedirle que apoye a los artistas españoles y colabore en nuestras movilizaciones. Más bien tendríamos que movilizarnos para que él haga un poco de caso a lo que ocurre a su alrededor.
En definitiva, el único escándalo que me ha conmocionado este año en ARCO es el de siempre: la presencia de sólo 82 mujeres españolas entre un total de más de 1.100 artistas expuestos. Y de estas 82 habría que ver cuántas han desarrollado su carrera en España. MAV1 aún no ha publicado el informe de este año, pero El País2 ya ha adelantado algunas estadísticas. Cuando uno ve estas cifras, y ve luego las fotografías y los datos de la manifestación del 8 de marzo, comprende de manera inmediata que algo está mal. Que hay una disociación profunda entre la realidad de la sociedad española y las dinámicas de nuestro sistema artístico. Y esta disociación nos está avisando de que dicho sistema no funciona, que hay una falla cuyo alcance desconocemos, pero cuyos efectos sufrimos día a día.
Hablando de los efectos, también en estas fechas ha aparecido otra noticia de las que provocan malestar y agitación en nuestra comunidad: la exposición central de la próxima Bienal de Venecia, curada por Ralph Rugoff, no incluirá ningún artista español. Ni uno; ni hombre ni mujer; ni animal ni vegetal ni mineral. Esta polémica también es ritual, porque, como los escándalos de ARCO, estalla con regularidad implacable. Ya no deberíamos inquietarnos por noticias de este tipo, porque lo normal es que no haya artistas españoles en ninguna cita internacional de cierta envergadura. Será noticia lo contrario, que inviten a un español a una bienal, la Documenta o a una gran exposición en un museo de primera línea, que a veces pasa, pero con carácter excepcional.
Ésta es una situación a la que nos hemos acostumbrado, quizás porque creemos que se debe a algún tipo de tara congénita, a que somos un poco torpes, cuando en realidad se trata de otro escándalo del arte español: las instituciones públicas, y de manera muy especial el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, no están cumpliendo su cometido. El mandato del MNCARS es muy claro: desarrollar las narrativas históricas que contribuyan a dar sentido a la creación visual contemporánea de nuestro país, e impulsar el reconocimiento internacional de los artistas españoles o residentes en España (por si acaso, subrayo el hecho de que es un museo nacional). Junto a estos dos mandatos generales podemos plantear otros, derivados de situaciones concretas como la que hemos señalado más arriba: es necesario promover la igualdad a través de políticas proactivas, por ejemplo, imponiendo la presencia de un porcentaje similar de hombres y mujeres en la colección y en las exposiciones temporales (el margen 40 - 60 % que se ha establecido en artes escénicas es perfectamente viable).
El fracaso en todos y cada uno de los mandatos del museo es evidente, pero no pasa nada. Y no sé si es más escandaloso que se haya producido semejante fracaso, o que no pase nada. Que a nadie le importe que el artista español vaya camino de ser una especie en peligro de extinción, mientras nuestras principales instituciones culturales gastan montañas de dinero en……….. (?) —Lo dejo aquí, que luego dicen que soy un maleducado porque señalo con el dedo—. Pero creo que el próximo gobierno, el que salga de las elecciones del 28 de abril, debería incluir entre sus prioridades una revisión profunda de las políticas culturales, así como una renovación radical de todas estas instituciones que no han sabido o no han querido cumplir la función que les hemos encomendado. Para forzar al Ministerio de Cultura a poner orden en la casa, los artistas tendríamos que ser capaces de hablar con una sola voz, y por desgracia eso es imposible. Así que seguiremos practicando el arte de la desaparición, hasta ser translúcidos como espíritus.
[1] https://mav.org.es/
Dentro de la página de MAV, los informes de las ediciones precedentes están en https://mav.org.es/category/documentacion/informes/
[2] https://elpais.com/cultura/2019/03/01/actualidad/1551467935_167270.html
Peio H. Riaño. Cae la presencia de mujeres en las galerías de Arco. Sólo un 6,1% de creadoras españolas y un 26,5% de creadoras en general han sido seleccionadas
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