Por poner un ejemplo, he leído cuatro reseñas de la exposición de Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana en el Museo del Prado: la de Estrella de Diego en El País, la de Rocío Villa en El Cultural de El Mundo, la de Amparo Serrano de Haro en M-Arte y Cultura Visual (*) y por último otra sin firma en Más de Arte. Las cuatro coinciden en dos cosas: denuncian la invisibilización de las dos artistas barrocas en la historia oficial del arte e invisibilizan la presencia de la artista contemporánea María Gimeno en esta misma exposición. Quizás consideren poco importante que por primera vez en la historia una artista (mujer, por si no ha quedado claro) española exponga en el Museo del Prado, con varias piezas en las salas donde están las anteriores y con una performance en el salón de actos el pasado nueve de noviembre. A mí esto me hace una gracia especial, porque la obra de María Gimeno trata sobre la invisibilización de las mujeres artistas, con lo cual las mismas críticas que reclaman mayor visibilidad para las mujeres creadores contribuyen a invisibilizar los discursos contra la invisibilización, invisibilizando a una poco visible artista. ¡Hay que ver!
Cola para entrar a Queridas Viejas, en el Museo del Prado. |
Para colmo la performance, Queridas Viejas, fue un éxito arrollador de público. La cola ante la puerta de los Jerónimos, la nueva, daba la vuelta al museo hasta doblar la fachada de Goya y llegar a la de Velázquez. Medio millar de personas hizo cola durante dos horas para entrar al auditorio, y cientos se quedaron en la calle por falta de aforo. Para mí, decir “performance feminista en el Museo del Prado” es ya una especie de desafío a las leyes de la naturaleza. Pero encima, como ya he dicho, el tema era la invisibilización de las artistas en la historia, y esta cuestión fue capaz de atraer a cientos de personas, muchas de las cuales no habían visto antes una performance. Son dos hitos históricos en la misma tarde.
El tercer hito es la performance por sí misma: Queridas Viejas es una pieza mayor. La artista, a lo largo de dos horas, realiza frente al público una edición del libro Historia del Arte de Gombrich, que en su primera versión de 1950 no incluía ni una sola mujer, y en la de 1966 sólo una: Käthe Kollwitz. Para los profanos en esta materia, el manual de Gombrich es la más difundido internacionalmente, con dieciséis ediciones en treinta idiomas y más de siete millones de ejemplares vendido, según el artículo de Wikipedia en inglés.
Volviendo a la performance, María Gimeno aparece en el escenario provista de un cuchillo de cocina de grandes proporciones y un fajo de papeles, que son las páginas que irá introduciendo. En una mesa está el libro en cuestión y sobre él, una cámara cenital que nos permite apreciar en pantalla sus manipulaciones. Entonces, a medida que desgrana la historia de las mujeres artistas, desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX, realiza profundos cortes entre las páginas correspondientes a cada periodo, e introduce las que ella ha preparado, diseñadas como las originales del libro, con textos e imágenes de las creadoras que el historiador invisibilizó. La violencia es sutil pero efectiva: ver acuchillar un libro impresiona. Entre corte y corte nos muestra más imágenes que no han cabido en su edición, relata anécdotas, amplía detalles con la ayuda de una lupa enorme y, periódicamente, amuela el filo con una chaira.
Inicio de Queridas Viejas en el Museo del Prado. Foto Aurora Duque. |
El relato es fluido, ameno, con momentos divertidos, pero sobre todo es abrumador, porque aunque la selección realizada por María Gimeno es muy resumida, son decenas de artistas, todas ellas con una obra impresionante. Aunque se conozcan, cuanto menos de nombre, a muchas de estas pintoras y escultoras olvidadas por la historia, la enumeración sistemática, el repaso de su obra y el verlas introducidas con un procedimiento tan brutal en el lugar que les corresponde, nos hace comprender la magnitud del vacío que acompaña todo cuanto sabemos sobre el arte.
Edición "a cuchillo". Foto Juan Saliquet. |
El resultado final, con el vídeo que recoge la edición “a cuchillo” y el manual “ampliado”, es redondo. El libro original queda literalmente reventado, incapaz de contener la verdadera historia de nuestro arte. Es una pieza escultórica que se basta por sí misma y que nos muestra, contundente, tanto la desaparición de las mujeres artistas como la insuficiencia de los relatos históricos que proveen de identidad y sentido a las sociedades. Debería estar ya en los museos, pero, en el absurdo mundo del arte, me temo que le queda un largo camino antes de llegar, como sus queridas viejas, al lugar que le corresponde. Entre tanto, los que hemos tenido la suerte de verla guardaremos no sólo el estremecimiento, sino una percepción completamente distinta de nuestra historia. Gracias por eso.
(*) En M-Arte y Cultura Visual se ha publicado otra reseña, firmada por María Laura Rosa, que sí destaca la participación de María Gimeno en esta exposición.
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