TODOS CONTRA LOS ARTISTAS

Antes de empezar este artículo debo hacer una precisión: no todos están contra los artistas. VEGAP acaba de publicar una convocatoria a través de la cual va a distribuir 250.000 euros en cien ayudas, además de su programa habitual de apoyo a la creación, dotado con otros 100.000 euros, que se mantiene. Para una entidad como VEGAP, supone un esfuerzo importante y quiero felicitarlos por su iniciativa. También la Comunidad de Madrid ha tomado medidas con rapidez y acierto. ¿Quiénes son “todos” entonces? Pues el resto, empezando por el Ministerio de Cultura y el Ayuntamiento y continuando por nuestro Museo Nacional y Centro de Arte, el Reina Sofía.

No hace falta dar más detalles sobre el desacierto del Ministerio, que ha dotado un plan de emergencia con 76,4 millones de euros, de los cuales sólo un millón está destinado a las artes visuales y aún con condiciones. El 1,3 %, recuerden esta proporción. Hablé de esto hace dos semanas (El millón del arte). Ahora ha sido el Ayuntamiento, que por fin ha publicado su plan de emergencia para la cultura, con el significativo nombre de Aplaude:
El Área de Cultura, Turismo  y Deportes ha diseñado un plan de subvenciones destinado a mantener las estructuras culturales. Se creará una línea de ayudas de la que podrán beneficiarse teatros (1.909.000 euros), cines (1.172.500), salas de música en vivo (1.338.000 euros) y compañías de teatro, danza y circo (530.000 euros).
En el párrafo siguiente añade:
Además las salas alternativas1 y los espacios singulares dedicados a la creación contemporánea podrán optar a una ayuda bianual por programación dotada con 1.640.000 euros y 1.000.000 de euros respectivamente.
Las artes visuales aparecen por fin en la página 9: 100.00 euros para adquisiciones del Museo de Arte Contemporáneo municipal (?), durante la semana de Apertura. Es decir, 6.589.500 € para artes escénicas y mundo del espectáculo, un millón en un rubro de gran vaguedad, y 100.000 euros para las artes visuales, vía compras a las galerías. Pero, a falta de más datos, 80.000 de estos 100.000 euros ya estaban previstos en la subvención a “Actividades de promoción de las artes visuales en galerías y espacios de arte”, en principio para ir a ferias de arte. Así que en realidad parece que la cantidad extraordinaria que el plan de emergencia asigna a las artes visuales es de 20.000 €. Nos toca el 0,3 %.

Los artistas hemos desaparecido de las políticas culturales del Ayuntamiento.

El trabajo que desarrollamos entre 2015 y 2017 en la Plataforma para el Fondo para las Artes de Madrid ha sido liquidado de un plumazo. Entonces, en 2017, cuando Getsemaní de San Marcos asumió la Dirección General de Promoción de la Cultura, existía ya la idea de reformar las ayudas a las artes escénicas, con el fin de actualizar sus bases y aumentar las dotaciones. En una conversación informal le dije a Getsemaní que no podían dejar fuera a los artistas visuales y le conté cómo se crearon las ayudas de Matadero, diez años antes. A partir de aquí empezaron unas conversaciones, no siempre fáciles, que culminaron con la convocatoria de las primeras ayudas en 2018. Hay que decir que en estas negociaciones no contamos con el apoyo ni de AVAM, ni del IAC, ni de MAV.

Aunque sigue vigente el Plan Estratégico de Subvenciones 2019-2020, lo que ha presentado ahora el Ayuntamiento no parece un plan de emergencia, sino una reforma del sistema de ayudas a la creación que con tanto esfuerzo conseguimos plasmar entonces en las convocatorias que todos conocéis. Esta afirmación entra en el terreno de las suposiciones, porque no tengo manera de obtener una información fiable sobre los planes del Área de Gobierno de Cultura, pero por lo que podemos aventurar, las políticas culturales vuelven a su cauce, donde siempre han existido cuantiosos apoyos a las artes escénicas y los artistas visuales quedamos una vez más sumidos en el olvido. Dudo mucho que salga la convocatoria de Ayudas a la Creación en 2020, y menos aún en 2021, cuando nuestras administraciones públicas estén bajo la supervisión de la Unión Europea debido a sus altas tasas de endeudamiento. Al igual que el Ministerio, el Ayuntamiento no se pregunta quién hace, con qué dinero y en qué condiciones las obras que las galerías llevan a las ferias. Ni mucho menos si existe un escenario de creación experimental que quizás tarde décadas en salir al mercado, pero que es la base y la substancia del arte de una sociedad.

En un alarde de iniquidad el Ayuntamiento anuncia además que se cederán espacios públicos para los artistas plásticos: a la puta calle y trabajando gratis, para que nos entendamos.

El plan Aplaude es aún una declaración de intenciones, no sabemos cómo si fijará en los decretos y convocatorias correspondientes, pero nos indica el camino. En nuestro caso, artistas visuales, es el de la puerta.

¿A quién podemos recurrir? La Comunidad ya ha establecido sus límites, muy estrechos, y es de suponer que el año que viene los recursos sean aún más escasos. Ni el Ministerio ni el Ayuntamiento van a mover un dedo por nosotros. ¿El Reina Sofía? Al fin y al cabo es el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Tan largos apellidos hacen pensar que su cometido es apoyar e impulsar el arte español. Y al suspender parte de la programación es posible que les sobre algo de su multimillonario presupuesto (treinta y nueve millones y medio para 2020, el 1,3% supondría una inyección de medio millón). Pero resulta que no. En la entrevista realizada por Marcelo Éxposito (qué sorpresa) a su director, Manuel Borja Villel, el catálogo de grandes conceptos que exponen con autosatisfacción (museo-hospital es el mejor) no contempla involucrar a los artistas españoles en la “renovación” del museo en ese futuro post-COVID que nos espera. Para Borja Villel el museo es el gran productor de significado, asume una función preceptiva: su cometido, o su privilegio más bien, porque es una cuestión de ejercicio del poder, consiste en definir qué es el arte, cuáles son los lenguajes/prácticas/contenidos legítimos e incluso establecer el lenguaje con el que debemos hablar de arte, porque como bien dice, a través de éste se alcanza el control de la subjetividad.

También declara ser crítico “con este arte excesivamente discursivo donde el hecho artístico se transforma en una ilustración”, pero lo cierto es que se dirige a una comunidad imaginaria –de nuevo el pueblo como secreción de la intelectualidad– que sólo existe en su cabeza y en la de los académicos que lo rodean, no a la comunidad de los artistas que justifican la existencia de un “Museo Nacional Centro de Arte”. Una multitud (es el término que ha substituido a pueblo) que sólo pueden exhibir en formato de muestra de laboratorio, recurriendo a diversos colectivos de Lavapiés en un ejercicio continuado de simulacro. El Picnic de que comenté hace dos semanas es un buen ejemplo: una merendola para treinta migrantes racializados reduce a magnitudes manejables la complejidad de las relaciones postcoloniales, sus conflictos con una institución colonialista en su esencia y exorcizan la turbia relación del museo con las industrias culturales, el turismo y la patrimonialización de la creación artística.

De igual manera, habla de la “gran precarización de los sistemas culturales”, pero no de cómo su propia gestión al frente del Reina está contribuyendo a invisibilizar y empobrecer a los artistas españoles, sobre cuyo trabajo no ha sido capaz de desarrollar las narrativas necesarias para situarlo en la historia, ni de proponer sentidos para una obra —entendida ésta como la producción colectiva de arte— que por definición es elusiva, contradictoria y a veces molesta. Quizás porque para él “De lo que se trata es de reinventar los modos de producción para construir nuevos tipos de espacios mediante otras formas de relacionarnos”. Que significa: “indicar a nuestros fieles lo que tienen que hacer para rellenar este museo que parece a la deriva sin alterar las relaciones jerárquicas de siempre”.

En fin, parece como si hubiese una conspiración de amplio alcance para acabar con el arte español. Quizás sea el único punto donde coincide todo el arco político, de VOX a algún obscuro partido maoísta que aún quedé por ahí. Los artistas no somos nada bueno. Lo que hacemos es burgués-revolucionario-elitista-populista y caro y raro. Para mí es muy difícil comprender por qué en un país desarrollado, donde se editan miles de libros y se producen buenas películas y series de televisión, donde hay unas infraestructuras culturales enormes y carísimas, donde hay miles de funcionarios y políticos dedicados a la cultura, que consumen decenas de millones de euros en sueldos, se mantiene esta especie de inquina contra las artes visuales. Debo reconocer que me gustan muy pocas cosas de las que veo, es cierto, pero también creo que las políticas culturales no se pueden basar en este tipo de valoraciones, porque un tejido creativo que ha sido sistemáticamente maltratado durante más de doscientos años2 requiere medidas de largo plazo y, ahora sí, cuidados hospitalarios. Los mismos que nos niega el antiguo Hospital de san Carlos, hoy MNCARS, ya que sale el tema.

Quizás los políticos piensen que los artistas españoles damos lo mejor de nosotros mismos cuando nos tenemos que ir del país. Ahí está la terna Picasso-Dalí-Miró, por no detallar todos los que hicieron y siguen haciendo carrera gracias a la hospitalidad de sociedades más amables con el arte. Somos conscientes de que si Picasso se hubiese quedado en España no habría llegado a nada, pero de lo que no se habla es del motivo: esos políticos, académicos y oportunistas de variada laya, como el ministro Uribe, la concejala Andrea Levy o Borja Villel, que siguen reproduciendo los mismos modos, los mismos desatinos y las mismas arbitrariedades de sus antecesores, con los artistas como sus eternas víctimas.

Creo que esto lo tenemos claro la mayoría de los que nos dedicamos al arte por estas tierras, pero hay algo que, dentro del folletín que estamos viviendo, aún ha conseguido sorprenderme: cuando el Ministerio de Cultura publicó su plan de emergencia hubo un gran revuelo. Se enviaron cartas abiertas al ministro, se exigieron reuniones de urgencia, incluso alguien inició una campaña en Change.org para pedir su dimisión. Facebook se llenó de declaraciones indignadas, no se escatimaron descalificaciones y la prensa se hizo eco de la rabia de los profesionales del arte. Cuando el Ayuntamiento de Madrid ha hecho lo mismo, no ha abierto la boca ni dios. Silencio absoluto. El Ministerio nos dedicaba un mísero 1,3%, pero el Ayuntamiento sólo el 0,3%. ¿A quién habría que criticar con más saña?

Claro, con el Ministerio no se puede negociar nada específico, es un marco demasiado grande para apañar algún tipo de privilegio. Tampoco va a tomar represalias. El Ayuntamiento en cambio es accesible. Las mismas asociaciones que han puesto el grito en el cielo por el agravio comparativo del Ministerio, tienen buenas razones para callarse en el caso del Ayuntamiento. Antes de que consiguiésemos esas ayudas en convocatoria pública de las que hablaba al principio, existían las llamadas subvenciones nominativas, que vienen ya con el nombre del beneficiario puesto. Un dinero anual que podían recibir a dedo, sin necesidad de arriesgarse con complejas aplicaciones ni competir con todos los demás agentes culturales y asociaciones de Madrid. O locales. A estas alturas AVAM ni siquiera existiría si no disfrutase de un espacio municipal con todos los gastos pagados. Su silencio por tanto, aunque injustificable, es comprensible.


[1] Con salas alternativas se refieres posiblemente a las salas alternativas de teatro, mientras que el rubro “espacios singulares de creación contemporánea” es un cajón de sastre donde también entran los espacios independientes de arte.
[2] A principios del siglo XIX, tras desaparecer las instituciones de patronato del Antiguo Régimen, el arte español quedó huérfano de cualquier forma de protección pública, mientras que la sociedad no acababa de entrar en la Modernidad y constituir un mercado como en otros países de Europa.

EL DÍA DEL MUSEO

Hace 3 años participé en el simposio The Museum Reader, organizado por Wrong Wrong Magazine1 en Lisboa. Recuerdo que el director del MACBA, Ferrán Barenblit, terminó su ponencia proclamando: “¡La próxima revolución podría empezar en un museo!”. La verdad es que sonó bastante ridículo, porque en un museo pueden acabar muchas cosas, pero empezar, ninguna. La principal razón por la que nunca veremos estallar una revolución en un museo, o en el Museo como idea abstracta, es que es una institución disciplinaria. No sirve para liberarnos de nada, sino que contribuye a someternos. Además, no sólo es una institución disciplinaria, sino también obsoleta. Es decir, ya no cumple las funciones para las que fue inventado en pleno Siglo de las Luces, como fomentar el sentimiento nacional, difundir los valores de la sociedad entonces moderna o atenuar el conflicto entre las clases sociales mediante un espacio de representación común. Eso es lo que llamamos educar. El museo, en resumen, fue uno de los medios para la constitución del nuevo sujeto político burgués y la consolidación de su hegemonía. Hoy ninguno de estos cometidos tiene sentido en el marco de una institución cultural. Aunque el nacionalismo existe, es una ideología zombie. Puede infectar y matar, pero no fecundar, porque hace tiempo que vivimos en Estados post-nacionales. Los valores de la sociedad moderna —como el progreso o la misma cultura— están tan devaluados que nadie les da crédito. Y la lucha de clases, aunque existe y existirá, se ha diversificado de tal manera que ya no es necesario ni posible modularla por medio de la alta cultura.

Tony Bennet2 describió este carácter disciplinario del museo hace 25 años:
…una característica importante del museo público (...) consiste en el hecho de que despliega su maquinaria de representación dentro de un aparato cuya orientación es principalmente gubernamental. Como tal, se preocupa no sólo de impresionar al visitante con un mensaje de poder, sino también de inducirlo a nuevas formas de programar el yo, dirigidas a producir nuevos tipos de conducta y auto-identificación. (P. 46)
El problema es que ni siquiera esto funciona ya. Al museo le pasa como a la novela, que aún podemos leer algunas que son excelentes, pero como género está muerta. Terry Eagleton3 lo explica muy bien cuando habla de su origen:
En el siglo XVIII la literatura hizo algo más que "encarnar" ciertos valores sociales: fue un instrumento vital para su consolidación más profunda y una más amplia difusión. (P. 15)
Si existe hoy en día una narrativa que cumpla esta función, estará en los medios audiovisuales —cine, televisión— o incluso en ese mundo para mí desconocido, cosas de la edad, de los youtubers e influencers.

Al museo le pasó como a tantos sueños de la Modernidad: cuando navegaba a toda máquina hacia el futuro se estrelló contra un Iceberg. El Titanic, como afirmaba el poeta peruano Pablo Guevara, es la metáfora de todas las crisis de nuestra cultura. Lo que ahora vemos cuando visitamos un museo no es un gran transatlántico camino de la isla Utopía, aunque estemos convencidos de ello, sino los fragmentos que han quedado a flote después del naufragio. Sobre ellos sus directores, los curadores, los críticos, los académicos, gesticulan y se esfuerzan para conservar el rumbo, pero no pueden subir a nadie más a bordo. Como en la famosa película, tal vez ellos puedan sobrevivir, pero a costa de dejar que otros se ahoguen.

El Museo de Arte, luego de Arte Moderno, luego de Arte Contemporáneo y luego Museo Centro de Arte Contemporáneo, es el artefacto menos eficiente dentro de este panorama ruinoso de las instituciones culturales. Los museos de arte antiguo, como el Prado, conservan cierta honestidad, aunque no puedan incorporar las otredades del pasado a su ‘display’. Pero el Museo Centro de Arte Contemporáneo ha vivido siempre a la carrera para escapar de su destino: no estar nunca al día pese a lo que diga su largo nombre. El Nuevo Institucionalismo4 fue el último intento de reunir los fragmentos del naufragio para dotarlos de maniobra, siguiendo con el lenguaje marítimo. En realidad consistió en un intento fallido de trasladar a las instituciones lo que los artistas habían hecho en sus espacios.
[El museo] parecía estar adoptando, o al menos experimentando, los métodos de trabajo de los artistas contemporáneos y sus micro instituciones efímeras, especialmente sus formas de trabajo flexibles, temporales y procesuales. (Ekeberg, J. 2003 P. 9)
El museo de abría a procesos colectivos de carácter político o social; intentaba incorporar minorías; dejaba de ser la estación final de la obra, para transformase en espacio de producción… Pero por algún motivo la estrategia de renovación no acabó de funcionar. Y es que en el museo todo tiene que salir bien, no se permite el fracaso. Mientras en los espacios de artistas esos “procesos” pueden desembocar en la genialidad o en la payasada, y lo colectivo en agria discusión o en fiesta descontrolada, y en todos los casos está bien, en el museo los resultados tienen que estar previstos hasta el menor detalle y lo colectivo debe mantenerse siempre dentro de los márgenes de la corrección.

Además en esos espacios que pretendían imitar no había nada con valor material, y tampoco programa ni presupuesto. Pero los museos son grandes acumuladores de capital, que requieren vigilancia armada y electrónica. El público del museo es un público bajo vigilancia, por mucho que nos quieran hacer creer que vamos a participar en algo. En el funcionamiento del museo todo es presupuesto y programa, por lo que desarrolla una burocracia que somete a la creación a sus reglas y tiempos. ¿Qué podía salir mal en el Nuevo Institucionalismo?

Debido a la aceptación gradual por parte de creadores y audiencias de que las iniciativas dirigidas por artistas fuesen absorbidas por las instituciones públicas durante la década de 1990, organizaciones como Rooseum y Kunstverein München están intentando reinventarse adoptando sus metodologías, incluida una tendencia a mostrar trabajos basados en el proceso, conservando la capacidad de reaccionar rápidamente a las innovaciones en el mundo del arte y consolidando redes de artistas con la institución en el centro. (...) Toman el marco institucional existente (...) como punto de partida (...) Uno de los principales errores con esta forma de trabajar es que los artistas y sus actividades se ven obligados a encajar dentro de una construcción definida por las instituciones, que generalmente sirve para satisfacerlas a estas y desempoderar a aquellos. (Gordon Nesbitt, Rebecca, Harnessing the means of production. En Ekeberg, 2003. P. 84)

Al final lo que ha quedado del NI son un par de maceteros en la azotea del CA2M, donde un grupo de vecinos motivados cultivan hortalizas y, de paso, tiñen al centro de las benignas cualidades de la institución postmuseal. El Nuevo Institucionalismo sólo ha funcionado cuando se ha vuelto hacia su reverso obscuro. Me explicaré: en Madrid lo introdujo la derecha neoliberal, primero con una fundación bancaria, la Casa Encendida, y luego con Matadero. Fue el alcalde Ruiz-Gallardón quien nos proporcionó de un espacio realmente post- (postmuseal, postindustrial, postarte…) porque comprendió que el disenso de la juventud se puede controlar a través de un simulacro de una cultura antagonista. Los valores que ahora difunden Matadero y los museos del NI son los de esa pseudoideología que Manuel Delgado bautizó con el nombre de “Ciudadanismo”. Es curioso que no haya estudios sobre este impresionante artefacto, que enamora tanto a los políticos de derechas como a los activistas de izquierda.

Pero el último iceberg contra el que ha chocado el Museo es el turismo. Falto de un público natural, mas allá de los propios artistas y sus críticos, pensó que los turistas le darían el sentido y el empuje que necesitaba para seguir navegando hacia el futuro. Pero hay un problema: el espacio que quiere ocupar este Museo renovado le corresponde al Turismo. El turismo es la INSTITUCIÓN con mayúsculas, y el museo sólo uno de los muchos escenarios que necesita para cumplir su cometido. Es el turismo quien ha creado ese espacio de representación donde se superan los conflictos de clase y se difunden los valores de la sociedad (post)moderna. MacCannell nos lo advirtió hace mucho en su libro El Turista. En nuestra época, ser es ser turista. Por tanto, el Museo no puede poner al Turismo a trabajar a su servicio, porque es él quien trabaja para el Turismo. Si quisiéramos obtener una imagen del mundo actual, deberíamos visitar Benidorm, no el Reina Sofía, porque es en esta ciudad donde se refleja el auge y decadencia de la Modernidad. Si no lo creen, lean mi libro “Benidorm, diario de un artista” y acabarán convencidos.

El resultado es que este espacio transversal, social, procesual, colaboratival y fenomenal tuvo que asumir la lógica del consumo e invertir más en espectáculo, con grandes exposiciones y edificios de fantasía, lo que le condujo a una mayor dependencia de los patrocinios privados y a un alza continuada del precio de las entradas. Más arriba hemos hablado de cómo las instituciones culturales del siglo XIX contribuyeron a formar el nuevo sujeto político burgués. En el museo del NI, el sujeto político que toma forma no es el proletario, ni el subalterno, ni el que está señalado por algún tipo de alteridad, sino el Coleccionista. Todos los adjetivos que he enumerado antes quedan reducidos a simulacros ridículos, como aquel Picnic del Reina Sofía, en el que invitaron a merendar en el patio a un grupo de inmigrantes racializados, como mejor solución para transformar su relación de clase con los miembros del patronato y los millonarios que han suscrito acuerdos con esta institución.

Que el museo de arte contemporáneo estaba en crisis lo sabíamos desde hace tiempo. Yo tenía preparado un artículo sobre el tema, que esbocé a partir de un simposio de “reimaginadores” el año pasado. Baste decir que de 91 ponentes sólo uno era artista: Fred Wilson. Me llamó la atención que fuese precisamente él quien aceptase aportar, nunca mejor dicho, una nota de color a este encuentro de funcionarios y académicos. Quizás era una obra, o al menos una ironía muy fina de su parte. Volviendo al asunto, sabíamos que estaba en crisis, pero ahora la pandemia ha disparado todas las alarmas, porque ha tocado el bolsillo de la institución. Son muchas las opiniones que se están vertiendo en la prensa al respecto. Entre ellas, me parece la más razonable la de José Díaz Cuyás en El País, aunque no llega a perfilar una crítica en profundidad ni avanza posibles soluciones. Sólo pide reflexión:
Pero ahora que el público ha pasado a adquirir todo el protagonismo, puede ser un buen momento para dejar de pensar en él en abstracto, como cantidad, y plantearse que la función pública del museo pasa por asumir, con todas sus contradicciones, los movimientos que dominan la circulación en el nuevo espacio de la ciudad planetaria. En aceptar que sus retóricas de autenticidad e identidad no deben buscar la identificación del visitante ni la segregación entre experiencias.
Pero al final cae en una especie de reivindicación del Nuevo Institucionalismo, invocando a Derrida y la ética de la hospitalidad reclamando el “museo como un espacio de encuentro con la alteridad”.

En Exit-Express la redacción firma un artículo titulado Museos vacíos, ¿y después qué? El texto empieza con un insuperable “Y de repente llegó un virus”, para luego ofrecernos la declaraciones de varios directores de museos de arte contemporáneo. Sus posturas parecen buscar un equilibrio entre un poco de autocrítica y la promesa, ya gastada, de una institución más abierta, más cercana, más de todo eso que hemos visto antes.

Para mí el más sensato es Gilberto González, del TEA, porque profundiza en la autocrítica.: “Repetimos constantemente el mantra sobre el valor de la cultura pero quizá toca ahora entender si somos o no sustanciales en ese debate”. Los demás no son capaces de transcender un discurso autorreferente en el que el museo, y no las circunstancias de nuestras colectividades, sigue siendo el centro.

Un leitmotiv que ha aparecido también estos días es el papel de los artistas en la recuperación de los museos. Me imagino que porque somos los únicos que trabajamos gratis. Pero en ningún caso esta idea viene acompañada de una reflexión sobre la gobernanza de los museos y el papel que podrían tener los artistas en ella. Quizás sea un buen momento para recordar las reivindicaciones de la Art Workers Coalition, aunque ya sabemos que en España no puede haber un movimiento similar a Occupy Museums, porque, cuantas veces habrá que repetirlo, nuestras instituciones son transversales, colaborativas, democráticas, abiertas a lo diferente y benignas con el pueblo. ¿Quién puede tener queja?

Para acabar este breve repaso de la prensa sobre los museos en los tiempos del corona-virus, Martí Manen ha publicado en A*Desk un artículo titulado New New New Institutionalism. El título, que rebasa el refrito para llevarnos a la secuela de la secuela, incorpora su propia negación. Es un texto más documentado que los anteriores, que hace un sucinto repaso de las evoluciones del museo y algunas prácticas artísticas relacionadas con él —no incluye los espacios alternativos dentro de ellas— pero tampoco es capaz de transcender de los modelos existentes de institución cultural, con sus pequeñas tretas para “reimaginarse”, y en consecuencia ni formula una crítica rigurosa del museo-centro de arte, que parece percibir como el espacio utópico de aquella Modernidad pretérita, ni puede pensar otros tipos de espacios y ni otras relaciones sociales entre los agentes del arte. El marco es el que hay y tendremos que arreglarnos con él.

La transformación de la institución museal, tanto en las declaraciones de los directores que recoge Exit-Express como en el texto de Manen, no es una propuesta integral, revolucionaria, innovadora. Se trata de mantener el precario sistema que hemos heredado, pero con pequeños retoques que lo hagan tolerable. Otra institución, o mejor aún, una institución otra, es algo que de lo que no se habla porque, sencillamente, no se puede pensar. Al menos nos desde dentro de los parámetros del Museo como lo conocemos.

Los artistas, por otra parte, hemos sido capaces de imaginar nuestros museos. No sólo con el movimiento de los espacios alternativos5 del último tercio del siglo XX, que sigue siendo un tema más o menos tabú para la historia del arte, sino a través de nuestra obra en el sentido convencional del término. En España están el Davis Museum, que es el museo más pequeño del mundo, el [M]UMoCA, que es el más pobre, o Herstorymuseum, que es un museo feminista de las mujeres creadoras, por poner algunos ejemplos. Son otros lugares desde donde pensar la institución.

Yo creo que a los museos de arte contemporáneo hay que dejarlos como están: desorientados y al borde de la quiebra. Incluso reducirlos, quitarles la atribución de “centro” para que se enfoquen sólo a la historia, a la colección y al archivo. Que gasten menos, que ocupen menos espacio en la cultura. Un baño de modestia, que es lo que deberíamos aprender de este virus, que sin una sola neurona ha puesto de rodillas a toda la humanidad.


[1] Ver https://wrongwrong.net/index, el número 9.
[2] The Birth of the Museum. Routledge. London 1995. He traducido “self-shaping” como “auto-identificación”. 
…an important characteristic of the public museum (…) consist in the fact that it deploys its machinery of representation within an apparatus whose orientation is primarily governmental. As such, it’s concerned not only to impress the visitor with a message of power but also to induct her or him into new forms of programming the self aimed at producing new types of conduct and self-shaping.
[3] Literary Theory. An introduction. 2nd edition. The Univ. Minnesota Press. Minneapolis 1996. In the eighteenth century, however, literature did more than 'embody' certain social values: it was a vital instrument for their deeper entrenchment and wider dissemination.
[4] Ver Ekeberg, Jonas. New Institutionalism. Verksted 1, 2003 Office for Contemporary Art Norway
[the museum] seemed to be adopting, or at least experimenting with, the working methods of contemporary artists and their micro or temporary institutions, especially their flexible, temporal and procesual ways of working.
[5] Para ampliar sobre el tema ver mi ensayo La Cara Oculta de la Luna

EL MILLÓN DEL ARTE

Hace una semana escribí un artículo sobre el ya difunto proyecto del Fondo para las Artes de Madrid, al hilo de la liquidación del FONCA1 en México y como colofón de mi anterior publicación: “Un Plan postCovid19 para las Artes Visuales”. No lo publiqué, más que nada porque tengo la cabeza en otros asuntos, pero la noticia del “Plan” de verdad, el del Ministerio, me ha arrancado de mis abstrusas lecturas literarias, tan apropiadas para estos tiempos eremitas, y me ha empujado a tomar parte de nuevo en el debate público sobre las (des)políticas culturales. España tiene al menos eso de bueno: la estabilidad, la continuidad. Gobierne quien gobierne, si te dedicas al arte contemporáneo sabes que caminas solo por el mundo.

El gobierno, del cual soy votante para que quede todo claro, ha aprobado una dotación extraordinaria para socorrer al sector —si es que hay tal cosa— de la cultura con 76,4 millones de euros. No hay que dejarse engañar por el titular, porque los 780 millones que anuncia son en realidad para garantías para créditos. Documentos que rara vez se convertirán en obligaciones de pago. El detalle del dinero de verdad, que se presenta incompleto, es como sigue: 38 millones para las artes escénicas y la música; 13.252.000 para las salas de cine; 4 para las librerías “independientes” (¿Independientes de qué o de quién? ¿De las distribuidoras?). UN MILLÓN para las artes visuales:
En relación a las Bellas Artes, el Real Decreto Ley incorpora ayudas extraordinarias por valor de 1 millón de euros para la promoción del arte contemporáneo, y en concreto para el desarrollo de proyectos de innovación digital que fomenten la difusión de las artes visuales, la creación artística, la comunicación, la difusión internacional y la adquisición de arte contemporáneo español.
Los destinatarios de estas medidas incluyen a los artistas visuales, las galerías de arte, críticos y comisarios, así como la dotación para compras de arte contemporáneo español a través de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico del Ministerio de Cultura y Deporte.

Curiosamente, como señalaba un amigo en Facebook, la misma cantidad que ha donado Helga de Alvear para la lucha contra el Covid-19. No soy conspiparanoico, pero con mil euros arriba o abajo se libraban del paralelismo.

El monto, no hace falta decirlo, es ridículo. Pero además no es en apoyo a la creación, la parte más vulnerable del sistema, sino a todo el sector y, atención a este detalle, al propio Ministerio, que se puede quedar con la tajada del león con un programa de compras del que no se ofrece ningún detalle. ¿Será una convocatoria pública como han hecho los gobiernos autonómicos de Madrid y Valencia? No, porque para eso tienen la mencionada Junta, que ya sabrá qué o a quién tiene que comprar.

Pero lo más grave es el objetivo de las ayudas: “proyectos de innovación digital”. ¿Qué significa esto? Está claro que le objetivo de esta línea de apoyo no somos los artistas, sino los mediadores. No se apoya a la creación, como podría parecer en una lectura rápida, sino a proyectos de innovación digital que fomenten la creación. ¿Por qué no la fomentan ellos directamente, con la premisa de que sin ésta no puede haber ni difusión, ni comunicación, ni adquisiciones? A saber. Imagino que las asociaciones del sector que han asistido a las reuniones con el ministro habrán estudiado el tema y nos podrán iluminar al respecto. ¿Qué carajo son los “proyectos de innovación digital que fomentan la difusión y la creación”? ¿Es que a nadie en este país se le ha ocurrido que si no hay artistas no habrá arte que difundir, ni con proyectos de innovación digital ni a voces en las plazas? ¿De qué cabeza ha salido esta idea, y cómo es que nadie, con toda la gente que dice haberse reunido en el Ministerio, la ha denunciado antes de que se publique?

Otro aspecto preocupante del “Plan” es que pone de manifiesto la irrelevancia de las artes visuales para la sociedad española. La desproporción con los otros ámbitos creativos, reggeaton incluido, es vergonzosa. Y como muy bien han señalado Paco Barragán y Carlos Jiménez en un hilo de Facebook, esto es algo sobre lo que deberíamos detenernos a pensar. “¿Qué hemos hecho o dejado de hacer en el mundo del arte contemporáneo para que este le importe tan poco a la sociedad?”, nos interroga Carlos en su comentario.

En mi anterior post critiqué la línea de acción de AVAM. Sé que mis palabras resultaron molestas para muchos compañeros, no todos, pero lo que de verdad siento es haber resultado profético. Debo insistir, a pesar de todo, en que estas asociaciones que supuestamente nos representan ante las instituciones están mostrando su habitual falta de visión política y de compromiso, cuyas consecuencias son, entre otras cosas, los constantes batacazos que recibimos en las decisiones políticas. Éste es un momento en el que se pueden plantear reformas de calado histórico, como la obligatoriedad del pago a los artistas2 en exposiciones con financiación pública, la creación de un Fondo como el que proponíamos un amplio grupo de asociaciones hace ya varios años, no sólo el de “emergencia” que ha planteado ADACE en su documento, que por cierto no deja mucho más para los artistas, o mecanismos de compra de obra como el que ha habilitado la Comunidad de Madrid, que podría convertirse en permanente, dado que las galerías, con mi mayor respeto por su trabajo, no pueden canalizar toda la creación actual, ni sobre todo la más experimental. Ahora que ya todas las rotondas tienen su mamotreto, quizás deberíamos racionalizar las políticas de compras para que de ellas resulten colecciones con un sentido histórico.

Sin duda podemos redactar una larga lista de medidas útiles a corto plazo y beneficiosas a largo, medidas fáciles de consensuar con todo el tejido creativo, como lo fueron las ayudas a la creación, pero que requerirían mucha energía y unión para obtener el compromiso de los gobiernos locales y central. La ausencia de un liderazgo fuerte en el sector, que debería venir, como decía en el texto anterior, del Reina Sofía o de instituciones o personajes que cuenten con un respaldo generalizado (ya sé que no los hay), nos deja por desgracia en una posición muy vulnerable. El tiempo que se ha perdido para desarrollar propuestas con verdadero calado no se puede recuperar en pocas semanas.

Pero lo que debemos tener presente es que la crisis sanitaria del COVID-19 va a acarrear una crisis económica de proporciones bíblicas. Hace pocos días un periódico ofrecía datos escalofriantes sobre la situación fiscal de España en un futuro próximo: una caída del 20% en la recaudación, que equivale a 42.100 millones de euros. Para que nos hagamos una idea, en la anterior crisis, en su peor año, la caída fue del 6,6 %. Pensar que en esta situación va a haber subvenciones, ayudas o planes de emergencia para que capeemos el temporal sin sufrir penalidades es una quimera. El millón del Ministerio debería servirnos de  aviso. Por mucho que ahora prometan, es difícil creer que en 2021 se convoquen ayudas o se implementen programas especiales para apoyar a los artistas de Madrid —del resto no hablo, pues sé poco. Y esto es en realidad todo lo que puedo aportar al presente debate.


[1] Este Fondo fue impulsado por la sociedad civil a través de una carta publicada en 1975 la revista Plural, que suscribían importantes intelectuales como Octavio Paz, Elena Poniatowska o Juan Rulfo. Su título era “Ideas para un fondo de las artes” y demandaba un cuerpo cultural “creado por iniciativa del Estado”, pero “como un organismo autónomo […] separado de la administración pública”. En la idea de los firmantes, el Estado debía fomentar la cultura pero, a su vez, debía renunciar por completo a su pretensión por controlar sus contenidos:  “El examen histórico muestra que no solamente el Estado jamás ha sido creador de una literatura de veras valiosa, sino que, cada vez que intenta convertirla en instrumento de sus fines, termina por desnaturalizarla y degradarla”.
[2] Escribí un artículo al respecto hace algún tiempo. Para quien quiera conocer lo que se está haciendo en otros países, recomiendo las memorias de este simposio donde no estuvo presente ninguna asociación española: https://drive.google.com/open?id=15u95HjPWXQ_cEtiAeoBBqooMNlLOBVL9

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